lunes, 16 de julio de 2012

CAPÍTULO 7


7
Me sentía fatal. El fin de semana fue horrible, sus palabras me habían destrozado. Perdí el apetito y el sueño, mis padres empezaron a preocuparse ya que tampoco quería hablar con nadie. Deseaba con todas mis fuerzas que llegara el lunes, necesitaba hablar con ella, pedirle una explicación.
Subí los tres escalones del autobús, estaba nervioso. Saludé a Miguel y dirigí mi mirada hacia el asiento normalmente ocupado por Sofía. Me sorprendí. Estaba vacío.
No me lo podía creer. El día que más necesitaba hablar con ella, y no estaba. Además no fallaba casi nunca. Pensé que estaría enferma, así que decidí ir a su casa.
Con la mochila todavía colgada de la espalda, bajé del autobús, que continuó su ruta dejando a la vista la pequeña casa color cobrizo, situada al lado del supermercado. Subí lentamente los escalones del porche, haciendo crujir cada peldaño de madera. Llamé al timbre y esperé impaciente por ver de nuevo a Sofía. Nada, nadie venía a abrirme, no se escuchaba ningún movimiento proveniente del interior de la casa. Volví a llamar. Nada. Empecé a preocuparme, no era muy normal que Sofía no hubiera ido a escuela, y que tampoco estuviera en casa. Esperé unos segundos más. La puerta continuaba sin abrirse así que empecé a andar cabizbajo hacia casa. Cuando solamente había dado tres pasos, me giré hacia el pequeño callejón que debería dar a la parte de atrás de la casa, y instintivamente me adentré en él. Era muy estrecho y a pesar de que todavía era de día allí dentro no se veía nada, la hierba me llegaba a las rodillas. Seguí andando lentamente por el angosto camino hasta que salí al patio de atrás de la casa, como había imaginado. Era un patio ancho con un gran árbol en el centro, y rodeado de setos y arbustos. Aunque la verdad es que tenía un aspecto bastante abandonado. Me acerqué a la puerta blanca, de madera que conducía al interior de la casa. Intenté abrir pero estaba cerrada, normal, pensé, la mía casi siempre estaba cerrada. Me giré hacia la izquierda y observé que había una ventana no muy lejos, mi última oportunidad. Me asomé lentamente al interior. Aún tengo pesadillas con lo que vi. En aquel momento, al ver la escena, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me quedé helado, petrificado, sin aliento, me faltaba el aire. Lo que vi a través del cristal fue a Sofía tirada en el suelo, inmóvil, con un charco de sangre rodeando su cabeza. Sin pensármelo dos veces, cogí una piedra del suelo y rompí la ventana. Al abalanzarme hacia el interior me corté en el brazo con un trozo de cristal roto que continuaba enganchado al marco de la ventana. Aullé de dolor pero ni siquiera paré a mirarme la herida, lo único que me importaba en aquel momento era Sofía. La llamé varias veces pero seguía sin mostrar señales de vida. Al acercarme pude ver la brecha que tenía en la cabeza, aquello me hizo temer lo peor. Empecé a llorar, estaba temblando, no sabía qué hacer. Instintivamente acerqué mi cabeza a su pecho y… ¡Sí!, lo escuchaba muy débilmente, era el latido de su corazón. Recobré la esperanza, ¡Seguía viva! Rápidamente saqué mi móvil y después de tres intentos conseguí llamar a la ambulancia. Después de explicarles como pude lo ocurrido, y de decirles  la dirección, que por suerte me sabía de memoria desde que Sofía me la había dicho: “Calle Mayor, número 43, al lado del supermercado”, me dijeron:
- “Enseguida estaremos ahí, tranquilo”.
 Me senté al lado de Sofía a esperar y aunque sabía que ella no podía oírme le dije con lágrimas en los ojos:
-"Aguanta Sofía, ya vienen a ayudarte ¿vale?,por favor, aguanta".